Fuente: La Nacion, Santiago de Chile

Chile - El rey de la merluza

La Increible historia de Aquilino Lopez

Roberto Farías

lunes 31 de julio de 2006

Desde hace 20 años es el capo de la exportación de la merluza. A aquellos incendiarios pescadores que cada tanto cortan caminos y queman sus botes por la famosa y mísera cuota de este valioso pez, Aquilino los tiene comiendo de su mano. Fija los precios, manipula empresas, barcos, sindicatos, líneas aéreas, bancos. Ni una merluza chilena sale a España sin que él lo sepa. Y lo apruebe.

El BMW del ’95 de Aquilino López es de los primeros en llegar al enorme Mercamadrid, el mercado de productos frescos que abastece a media Europa a través del aeropuerto internacional de Barajas. Cuando el Mercamadrid abre a las 3 y empieza la batahola de camiones, grúas horquilla, cajas, bines y palets de pesca, Aquilino López ya tiene sus siete puestos de pescado (avaluado cada uno en dos millones de dólares) abiertos y es el primero en vender la preciada merluza artesanal chilena, hoy por hoy el pez más caro para el consumo español. Oro puro.

En un restaurante español, un medallón de merluza cuesta fácilmente 40 dólares (unos 21 mil pesos). Un kilo de merluza chilena puesta en Mercamadrid vale 10 dólares. 10 millones de kilos parten a España cada año. 100 millones de dólares. Una buena cifra para la abalanza comercial, sólo que el 99% de ella pasa por las manos de Aquilino.

Mueve ocho millones de dólares mensuales, pero no usa calculadora ni computador. Saca las cuentas con un lápiz que lleva en la oreja, como el chiste del ferretero, y anota los datos en un cuaderno de matemáticas.

Todo lo hace por teléfono o de palabra. No tiene fax, ni e-mail, ni oficina personal.

No tiene capital fijo ni cuentas en Suiza, y su nombre no figurará jamás en las listas de “Fortune”. Todo lo hacen otros. Como dice el sindicalista merlucero de la X Región Luis Infante, “nunca encontrarás las huellas digitales de Aquilino; si puede, siempre otro va a aparecer en los tratos. Si debe firmar un papel, intermediarios pondrán su nombre”. Por ejemplo, en el juicio del año 2000 en España que condenó a Aquilino a una simple multa por adulteración de cientos de facturas de merluza chilena por varios millones de dólares, ante la aduana española figuraban firmando Elías Boada y Enrique Hidalgo, quienes formalmente aparecen como dueños de la empresa E2.

POR BOCA DEL PEZ

Aquilino habla, respira y come merluza desde 1980. Es imposible sacarle palabra de fútbol, política o televisión sin que a los pocos minutos esté otra vez en la merluza, los precios, la cuota, si viene, si va, si sube o si baja.

Como las transacciones del Mercamadrid se hacen en la madrugada, Aquilino tiene hábitos de vampiro desde entonces. Duerme de día y trabaja de noche. Se acuesta a las tres de la tarde y se levanta a las once y media de la noche. Y jamás rompe sus horarios, aunque juegue el Real Madrid o sus hijos hagan la primera comunión.

Trabaja 364 días al año. Salvo la Navidad, en que Mercamadrid cierra y descansa con su familia: su mujer y sus dos hijos, de 27 y 25, a los que incorporó al rudo y suculento negocio porque dice: “Si me van a robar, prefiero que me roben mis hijos”.

No es un millonario ostentoso. En algún lugar debe tener su fortuna personal, pero no en su sencilla casa familiar de Coto Redondo, en las afueras de Madrid, que tampoco está a su nombre.

Poquísimas veces un fotógrafo ha llegado hasta él. Usa zapatos gruesos; cuando no, botas de goma, para él mismo supervisar los productos en las cajas.

Desayuna siempre café con leche y cruasanes. Jamás otra cosa. Ve televisión únicamente a las tres de la tarde, después de almuerzo. Devora la merluza con pasión carnal. Pero cuando come jamás habla. Ni bebe vino, sólo agua mineral sin gas.

De modales rudos, elude los preámbulos con sus dos máximas preferidas: si le reclama, suele usar el dicho “agua pasada no mueve molinos”, o sea hablemos del futuro. “Si no estás contento cortamos aquí”.

A su vez, si empeñó su palabra y rompió el trato, dice entonces: “Donde dije digo, dije Diego”, viejo dicho español que quiere decir que el viento cambió y su palabra empeñada se fue al tacho.

El empresario pesquero Alberto Torres, que sufrió el acoso económico de Aquilino hasta quebrar, ejemplifica su trato: “Es como un deportista de alto rendimiento. No trasnocha, ni bebe, ni descansa. Es un obseso. Lo único que tiene en la mente es la merluza. Cuando viene a Chile [dos veces al año] y sindicalistas o proveedores han intentado sacarlo del Radisson, donde siempre aloja, invitándolo a cabarets de moda, han soportado sus ojos ofendidos como los clavos de Cristo”. Si no es necesario, ni siquiera sale del aeropuerto. Como en noviembre de 2004, por ejemplo, que luego de venir de Madrid sólo para hacer cambiar de opinión a media docena de dirigentes sindicales de la pesca artesanal, con un maletín de argumentos, se devolvió en el mismo avión que lo trajo.

PESCANDO CON EL ENEMIGO

Aquilino, de niño, cargaba cajas de pescado en el mercado. Luego tuvo un local, hasta poseer una cadena de 25 pescaderías en España. En los ’80, cuando los hispanos agotaron la sabrosa merluza del Cantábrico, poco a poco se hizo del negocio de la merluza chilena −el equivalente− y su exportación a España, hasta formar un monopolio con su peculiar talante.

Nadie ha podido hacerle frente. En su momento de gloria, al empresario Alejandro Rodríguez lo apodaban “el 20 millones”, porque solía andar con fajos de dinero para pagar al contado. Llegó a tener una de las más grandes procesadoras de merluza fresca, Jalmar, con nueve lanchas y camiones. Según el dirigente Luis Infante, “cuando intentó vender por su cuenta a los vascos, Aquilino le salió al paso. Compró por adelantado todo el espacio de carga aérea de Lan Chile y dejó sus pescados pudriéndose en tierra. Luego lo asfixió económicamente exigiendo a la banca que cobraran el crédito que él había intermediado para Jalmar y lo quebró. Para no pecar de inhumano le dio trabajo en un supermercado en Talca. Ahora que aprendió la lección, le consiguió créditos para abrir otra planta de merluza, Frutos de Dios”.

Más de una docena de empresarios han corrido la misma suerte. Emprenden vuelo de la mano de Aquilino, pero si quieren desmarcarse para obtener mejores precios, los manda cortados.

Alberto Torres es otro de los tantos casos. Fue de los pioneros en llevar la merluza a España e incluso tuvo un local en Mercamadrid. Hizo el intento más serio de romper el cerco de Aquilino. Sabiendo que no conseguiría cupo de carga por Lan Chile ideó la empresa Andespaña, para sacar merluza fresca de Aysén por Buenos Aires en Aerolíneas Argentinas. Demoró dos años en montar todo. Finalmente, el 2004 hizo cinco embarques a Mercamadrid, logrando precios históricos para los pescadores. Pero al quinto recibió el recado de Aquilino.

“Aquilino, a través de un intermediario, hizo un depósito millonario para reservar el espacio de carga en Aerolíneas y pidió a Friosur, una empresa del rubro pesquero, que tuviera a su disposición todas las semanas un embarque listo para enviar a Buenos Aires y copar la salida de los artesanales por Argentina; situación que se mantiene hasta ahora”, dijo Torres.

El sexto embarque, de 30 toneladas de merluza, quedó sin pasaje y se pudrió en tierra. 60 mil dólares a la basura. Hoy da explicaciones a sus acreedores.

Los pescadores artesanales también saben de la mano de Aquilino. “Él maneja la cuota”, dice el dirigente Luis Infante. “Como es el único comprador, fija el precio; un dólar, ni más ni menos. Entonces, por años la única forma de ganar más, para los pescadores, es aumentar la cuota”.

EL MONOPOLIO “fERpECTO”

Podría pensarse que el “cuello de botella aéreo” que Aquilino usa para obstruir a sus adversarios es un acuerdo secreto con las aerolíneas. Sin embargo, la negociación es de otro calibre. “¿Quién exporta por avión a España?”, se pregunta un agente de aduanas. “Nadie”, responde él mismo: “Si no es por el pescado, los aviones irían vacíos”. Sabiendo eso, Aquilino sólo abre la billetera.

Incluso consorcios españoles más grandes que Aquilino, como Caladero y los Casado, no han podido meter baza en los aviones. En octubre de 2002, Lan hizo un embarque de merluza para ellos. Cuando lo supo, Aquilino abordó el primer avión en Barajas y llegó a Pudahuel la mañana siguiente: “Si le envían más a éstos, traigo mi propio avión. Ustedes decidan”. Lo había hecho antes. En pleno boom merlucero trajo los aviones privados Cargo Lux, sólo para castigar a Lan e Iberia, que por meses partieron vacíos. Caladero y Casado venden el 20% de la merluza hoy día, pero con su venia. No crecen más. Si no, ya saben. Además, copan los aviones cuando él no puede, y así no hay espacio para nadie más.

Aquilino, pese a ser el controlador del 100% de la importación y el 80% de la venta de las 30 mil toneladas de la apetecida merluza chilena hacia Europa, en su “negocio” no tiene galpones, ni frigoríficos, ni camiones, barcos, lanchas, ni menos aviones. Ni siquiera arriesgaría capital propio.

Lo más singular del complejo negocio es que Aquilino se inventó en Chile una burocracia a la medida. El pescado viaja con una “factura de libre consignación” a la que Aquilino sólo aplica descuentos: arancel, comisión de venta, gastos Mercamadrid, flete aéreo, insumos, procesos y sus propios honorarios por servicios de importación. Lo que sobra es el pago del pescador. ¿Cuánto? Menos del 8% del valor final.

En rigor, Aquilino jamás ha comprado un solo pescado chileno para revenderlo. Sólo gana una comisión: 50 centavos de dólar por kilo, más sus honorarios. Más de 15 millones de dólares anuales (lo que se sabe). Es sólo un comisionista y todos lo han sabido por años. Pero los tiene a todos en su puño. Sin duda, es el rey. LND