Pesquería peruana: La poca distancia entre construir y destruir un sueño

Autor: Francisco J. Miranda Avalos, Presidente de la Junta Directiva de la ONG Oannes

martes 7 de marzo de 2017

Los aborígenes australianos piensan que existen en este mundo desde el “Tiempo del Sueño”, que es el tiempo de sus antepasados, los creadores del mundo, que se mueven desde los sueños a las acciones. Creando todo de la misma materia. Resumen su cosmogonía desde algunos mitos o leyendas verdaderamente hermosas, una de ellas la “Serpiente del Arco Iris” y otro, no menos bello; “El Mito del Canguro”. Los sueños han servido para explicar su mundo desde hace milenios, lo mismo que para conservar los conocimientos de su territorio. Algunas canciones de ensueño, muy antiguas, son nada menos que un minucioso mapa de sus rutas de viaje por esta isla continente. Para ellos la vida misma, es una fusión de los sueños y la realidad.

De una forma algo diferente, un contador de cuentos, convierte desde su imaginación, un sueño en realidad. Es lo grandioso de los literatos, pueden crear con una pluma en su mano un mundo que solo existía en la propia fantasía.

Cuando era mas joven, soñaba con la “Gran Pesca”, aquella del gigantesco pez. Que no solo me hiciera rico sino también famoso, para contar mi historia fantástica a todo aquel que quisiera oírla.

Algunas personas que descubren que soy pescador submarino a pulmón, hasta el día de hoy, suelen preguntarme en primera: ¿Cuál ha sido el pez mas grande que has capturado? Y no por ser pescador, soy mentiroso. No me nace fácilmente la mentira, a pesar de que es un instrumento extraordinario para la creación literaria. Contar cuentos aviva la imaginación y nos lleva a un mundo de ensueño.

La verdad, es que la pesca de mi “Gran Pez” fue realmente increíble, tortuosa y hasta llena de tristeza. Estando de huelga mi facultad, me escape a bucear al norte del Perú. Fuimos con mi gran amigo y compañero de aventuras, también buzo pulmonero a buscar concha de pala, frente a lo que es hoy día Puerto Rico, en Bayovar. Habíamos pasado una mala semana, con mar movido y agua sucia, nuestros bolsillos estaban rotos y no había dinero “ni para el frito”. Sin perder la esperanza, escarbamos en el fango de la orilla y logramos sacar varias conchas de pala o conchapalas. Parecían un “superchoro” como bien las describió mi amigo, que ese día no llevo un fusil de pesca submarina, por que quería concentrarse en una rentable enfangada.

Mas en mi boya estaba colgado un “Jeans” un veterano disparador de aire comprimido de 90 cm, con una flecha de 100 cm y 9 milímetros de diámetro. Así que cansado de enfangarme, me aleje de la orilla, encontré aguas claras y algunas bajas o roquerías sumergidos a no mas de 7 u 8 metros de profundidad. No había muchos peces atractivos, pero el agua verde claro me permitía disfrutar el momento…cuando de pronto ante mi sorpresa y en mis últimos segundos de aire, al levantar la mirada sobre una roca, veo un gran bulto venir hacia mi; cerré y abrí los ojos para aclarar la vista y vi la cabeza del enorme mero. Casi instintivamente apreté el gatillo y me prepare para la gran lucha, mientras subía a la superficie a recuperar mi aire; la flecha de mi fusil estaba atada a la boya con una driza de casi 30 metros.

Ya había capturado algunos meros antes y sabia muy bien como luchaban por librarse de mis flechas; pero ese mero ni se movió. Con el corazón en taquicardia, baje después de recuperarme, pensando que el mero había escapado de mi flecha, no sentía ningún tirón, ninguna resistencia. Al bajar a buscarlo, el mero estaba ahí, de lado sobre la peña, inmóvil. La flecha había penetrado solo unos 5 cm directamente en su cerebro; una muerte fulminante, tan inesperada para el, como para mi. Con temor y con sorpresa, tome al mero de la cococha y subí a pasarle el trabador de peces, por los ojos, como es costumbre de un pescador submarino que asegura la presa.

Pesamos el mero en una balanza de resorte vencido, que arrojo 152 libras. Tal vez fue mas, no podría decirlo, en aquellos tiempos, llevar una cámara fotográfica era como “salar” la pesca. Así que ustedes tendrán que decidir, si mi relato es real o solo una proyección de mis sueños. Lo tortuoso fue llevar al mero, que no pesaba en el agua, con un calor de mas de 30 grados, desde el lugar de la pesca, junto con las también pesadas conchas de pala, que habíamos extraído de la orilla fangosa; hasta Parachique. Y lo triste, fue tener que venderlo a menos de cincuenta centavos el Kilo, a un regatón archí conocido como “Baila Calato”, que seguramente lo vendió en algún mercado, a 20 veces mas. Ya que además en su balanza trafera, el mero peso solo 125 libras.

Mientras devorábamos algunos de los “superchoros” en un sabroso picante con arroz y un par de cervezas, viene a mi mente la frase de mi recordado y hoy difunto colega pulmonero, Víctor Castro “Cangrejito”: “Ya vez Panchito, en la pesca, el pescador es el que mas se esfuerza y el que menos gana”. Un mero murique de ese tamaño, seguramente era un animal longevo, lo que sumo aun mas pena a mi “Gran pesca”, ya que mi conciencia ecologista me martillaba la cabeza…no mucho, pero estaba ahí, entre el tintineo de las frescas monedas que alumbraron la semana después de 7 días de mares malos.

La experiencia amigos míos…que puede que pertenezca al mundo de los sueños; es algo que merece ser transmitido, tiene un gran valor para las nuevas generaciones. Sobretodo para ese joven universitario estudiante de alguna ciencia del mar, de la pesca, acuicultura o medio ambiente, que sueña con hacer patria cuando termine su carrera, pero ve cuando esta a punto de terminarla, que la universidad poco o nada lo ha preparado para la vida que tendrá que enfrentar.

Son los olvidados de nuestro sector, les corresponde participar en la construcción de este sueño de sostenibilidad y progreso del que tanto hablamos. Muchos de ellos jamás han subido a un barco de pesca, otros siquiera han producido un gramo de harina o una conserva, otros muchos menos saben nadar. Y algunos jamás tuvieron un acuario en su casa.

Nuestro presidente dijo hace poco que las universidades nacionales son las mejores del Perú…no pienso igual. Creo que pueden ser las mejores del mundo, por lo menos en materia de ciencias del mar, de la pesca, acuicultura y medio ambiente. Pero no lo son aun. Y falta muchísimo camino por recorrer.

Las huelgas universitarias de fines de los 70s y principios de los 80s, permitieron que un joven tan inquieto como yo, viajara por toda la costa peruana, pescando y tratando de vivir del fruto de la pesca. Esas fueron experiencias invalorables e inolvidables que no recibí en la universidad, pero que me aproximaron al mundo del pescador artesanal y la pesca costera, asumiendo perspectivas de su realidad, que con el tiempo, solo he confirmado.

Soñaba con ser parte de ese “país potencia pesquera” que nos enseñaron era el Perú en el colegio; pero nuestro sistema educativo universitario, nos ofrecía una visión muy pobre de nuestro futuro, y me temo que aun sigue siendo así en muchas universidades del país, inundadas por la incompetencia, la falta de inventiva y de entusiasmo de sus profesores. Otras en cambio, honrosas excepciones, surgen del arenal costero con ímpetu y deseo de darle impulso a los sueños de sus estudiantes.

Envueltos en sus propios sueños de riqueza, muchas empresas no perciben la necesidad de formar nuevos cuadros y su enorme responsabilidad sobre esa tarea. No perciben que la juventud universitaria viene con imaginación fresca y sueños de innovación y desarrollo.

Obras por impuestos, es un esquema legal que puede permitir que muchos sueños del sector se hagan realidad, los de los jóvenes y los de los empresarios. Dentro de este esquema algunas universidades nacionales de la costa peruana podrían tener pequeñas plantas piloto de producción de productos pesqueros congelados, salpresos o en conserva, por ejemplo.

La responsabilidad social de muchas empresas puede también crear centros piloto de acuicultivo, laboratorios para producir juveniles que alimenten nuestra industria acuícola, para experimentar, para innovar, para desarrollar. Muchos creen que la pesca llego a su fin, que nada mas hay que hacer con ella. Pero si gracias a obras por impuestos algunas universidades pudieran tener laboratorios de redes y artes de pesca, una nueva tecnología de pesca muy peruana podría desarrollarse para lograr la sostenibilidad tan soñada, con sistemas que permitan el escape de juveniles y especies acompañantes “Made in Perú”, o por que no, barcos especialmente diseñados para nuestras pesquerías.

Mediante obras por impuestos, las empresas podrían hacer labor de responsabilidad social, y muchas universidades beneficiarias del canon minero, podrían usar el 100% de los fondos que merced a este esquema poseen y que hoy solo usan en porcentajes inferiores al 40%. Son sueños que podrían convertirse en realidad mas que nada con mucha buena gestión. Pero para ello es necesario creer que es posible alcanzar ese norte y sobre todo “voluntad política”. Una frase muy seria, además de necesaria.

Mi “Gran Pesca” puede que fuese solo un sueño, no nos tomábamos muchas fotos en ese entonces y el único testigo de la historia, “Cangrejito”, ya falleció. No hay pruebas. Sin embargo en mi recuerdo, mi sueño de la “Gran Pesca” se prolongo a una realidad cotidiana, triste y tortuosa, como es la vida diaria de muchos de los pescadores artesanales del Perú. Me dejo una gran experiencia, pero mas que nada una gran lección: En la pesquería peruana, existe muy poca distancia entre construir y destruir un sueño. Esa distancia se mide en voluntades.