Un Ensayo sobre la Etología Aplicada a la Gestión Marina

Autor: Francisco J. Miranda Avalos, Presidente de la J. Directiva de Oannes

viernes 12 de diciembre de 2025

Un Ensayo sobre la Etología Aplicada a la Gestión Marina

Mi fascinación por el mar y la vida marina comenzó desde muy pequeño. Mi infancia en Lobitos, Talara; y la inspiración de hombres como Cousteau y Erwin Schweigger, influyeron sin duda. Pero la pregunta que siempre me hacía era: ¿Piensan los animales? Mi mente de joven estudiante buscando un rumbo de profesionalización me llevó por las aulas de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), tratando de comprender la psicología humana antes que la de otros animales, pero en la biblioteca de la PUCP descubrí las historias de los delfines mulares y los experimentos de John Lilly, quien buscaba entablar comunicación con ellos, intuyendo una inteligencia profunda. El no aceptar la anatomía del cetáceo, tratando de enseñarles a hablar; lo llevó al fracasó. Sin embargo la ciencia es un continuo proceso de errores y aciertos. Solo no se equivoca, quien nada intenta.


Los delfines producen sonidos complejos, como los silbidos firma (signature whistles), mediante sus labios fónicos en el aparato nasal (Au, 1995). Estos silbidos son la "firma" individual de cada delfín, utilizada para la identificación y la cohesión grupal, un sistema de comunicación sofisticado que se complementa con la ecolocalización. Esta ecolocalización es crucial, pues les permite "ver con el sonido" (como lo hacemos ahora con nuestros sonares y ecosondas), enviando clics que, al rebotar, pintan una imagen detallada de su entorno y la comparten, vital para la cooperación en la caza. La complejidad de esta comunicación cetácea me reveló que la inteligencia se manifiesta de maneras diversas en la naturaleza, llevándome a hacer una nueva pregunta: ¿qué tipo de inteligencia colectiva o individual existe en animales con cerebros menos desarrollados, como por ejemplo, el de los peces que forman un cardumen?


En el camino, mi deporte, la pesca submarina a pulmón, me permitió explorar las costas peruanas, desde Tacna hasta Tumbes, observando cómo los peces de roca aprendían a identificar a los pescadores a pulmón, como nuevos depredadores de su hábitat. La curiosidad me llevó de la psicología a la Ingeniería Pesquera, Oceanográfica e Hidrobiológica en la Universidad Nacional Federico Villarreal, nunca me gradué, me convertí en un autodidacta, porque el mundo empresarial me inquietó más. Sin embargo, mi curiosidad científica me llevaba a comprender la mente animal, sobre todo de los animales marinos, el mundo que me fascinaba, y encontrar en ello un rumbo hacia una práctica extractiva sostenible de los recursos del mar. Luego la vida empresarial y mi deporte también, me pusieron en contacto con muchos especialistas de la pesca alrededor del mundo, escuchando con atención sus relatos sobre el comportamiento de sus presas frente a los ingenios que desarrollamos para capturarlas.


Hoy se pueden formar etologos, con maestrías o post grados, teniendo como base las ciencias biológicas o la medicina veterinaria. Increíblemente la etología ha encontrado espacio y desarrollo en algunos campos no marinos, y se concentra curiosamente más en el estudio del comportamiento de las mascotas. Igual es una ciencia nueva y tiene mucho potencial.


Después de tantos años curioseando este campo, creo que la administración pesquera peruana y global tiene un sesgo metodológico fundamental que no parece darle importancia a la ciencia del comportamiento animal o Etología. Su gestión se basa en el estudio de la biomasa (cuántos peces hay), pero no estudia la conducta (cómo se mueven y piensan), una perspectiva que he plasmado en varias de mis editoriales en Oannes. Repitiendo muchas veces a todo pescador: “piensa como el pez que quieres capturar”, provocando más que una sonrisa o carcajada.


Garantizar la cosecha sostenible de recursos marinos, impone que debemos dejar de ver a los peces como unidades de stock y reconocer su comportamiento como el factor clave para su propia supervivencia. Y al parecer no soy el único loco.


Para entender la conducta de los peces en el contexto de la pesquería, recurrí al marco fundamental de la etología evolutiva (Alcock, 2013), que concibe el comportamiento como una adaptación diseñada para maximizar la supervivencia y el éxito reproductivo. La etología evolutiva nos obliga a preguntar por la función y la causalidad de la conducta: ¿Por qué la anchoveta forma cardúmenes? Es una estrategia anti-predatoria y de forrajeo social, lo que, al ser predecible, se convierte precisamente en la mayor vulnerabilidad frente a la red de cerco (purse seiner), muy usada desde hace décadas en el Perú. Las vedas resultan una aplicación directa de la etología, pues protegen el comportamiento migratorio reproductivo y el evento de desove, garantizando la eficacia reproductiva de la población (Gosling & Sutherland, 2000).


Sin embargo, una gestión sostenible requiere diferenciar el ciclo de vida. Especies como la anchoveta o el calamar gigante son pelágicos de vida corta (2 a 5 años) con alta tasa de reposición; la gestión puede enfocarse en proteger el pico reproductivo para asegurar la cosecha de biomasas similares cada temporada. En cambio, para las especies demersales y longevas (como la merluza, el mero de profundidad o el orange roughy) quizá debemos proteger a los grandes reproductores y sus áreas de refugio conductual, pues su recuperación es extremadamente lenta si se captura la porción madura. La etología refuerza esta necesidad al identificar a los Grandes Reproductores Antiguos (BRA - Big, Old, Fecund Fish) como poseedores de la mayor resiliencia conductual, siendo críticos para la variabilidad genética del stock y la estabilidad de la pesquería.


La etología moderna, y en particular la etología cognitiva, ha refutado la noción del pez como una criatura simple. Bshary y Brown (2014) confirman que la cognición de peces incluye una robusta memoria espacial y de contexto, que utilizan para recordar rutas y la ubicación precisa de refugios. Además, el aprendizaje social dentro del cardumen permite que la información sobre nuevos peligros sea transmitida rápidamente, acelerando la adaptación conductual del grupo. Esta plasticidad conductual es fundamental para entender la evasión. Hoy vemos que, al igual que muchas instituciones a nivel global, el Instituto del Mar del Perú (IMARPE), en sus informes técnicos sobre la anchoveta de los últimos cinco años, se basa en la Evaluación Acústica y en variables físicas o poblacionales, sin integrar la etología cognitiva como un factor de corrección formal en la estimación de biomasa o en la recomendación de cuotas. Esto podría representar un avance interesante.


Aquí es donde se manifiesta esa inteligencia silenciosa: el pez que queda en el mar es el más resiliente y cauteloso. La flota pesquera, con su ruido de baja frecuencia, actúa como un "depredador” reconocible por su registro acústico (Fernandes, 2009). El pez, con su capacidad de memoria a largo plazo, asocia el ruido del buque con el peligro, generando un condicionamiento por miedo (Bshary & Brown, 2014). El resultado es la evasión conductual, donde los peces se sumergen rápidamente a profundidades, se alejan o cambian de posición para no exponerse al cono de detección del sonar, minimizando su efecto o quedando fuera de su capacidad de detección. Este fenómeno, conocido como Sesgo por Evasión Conductual (Behavioural Avoidance Bias), puede provocar una subestimación sistemática de la biomasa real (Fernandes, 2009). Este hallazgo, ha sido corroborado por organizaciones como el Consejo Internacional para la Exploración del Mar (ICES) y NOAA Fisheries (EE. UU.), demostrando ser una fuente de error no aleatorio que requiere factores de corrección en la estimación de la densidad poblacional y, por ende, en el cálculo de la Cuota Total de Captura (CTP). La ciencia ignora al pez inteligente, y la determinación de las cuotas podría basarse en una información no tan exacta, que podría afectar conceptos como el Rendimiento Máximo Sostenible (RMS). También, podríamos estar conduciendo a los pescadores a ejercer un esfuerzo pesquero con una selección conductual que elimina a los peces menos cautelosos, favoreciendo a los fenotipos conductuales más difíciles de capturar (Gosling & Sutherland, 2000).


El trabajo de Balcombe (2016) demuestra que los peces son seres sensibles que experimentan dolor y miedo, lo cual incluye un argumento ético. Pero nuestra reacción y compromiso no debe ser el cese total de la captura guiados por un romanticismo impropio; sino reconociendo que somos depredadores. El Cociente de Encefalización (CE) (Jerison, H. J. 1973) humano sigue siendo el más alto registrado en la naturaleza, reflejando un exceso de capacidad cerebral que nos ha permitido desarrollar tecnología, civilización y nos define como el depredador dominante a escala global. Más bien, ese conocimiento debe guiarnos a una gestión pesquera basada en una mayor consideración y una acuicultura de peces sanos sin estrés. Los recursos marinos son fundamentales para la seguridad alimentaria. El desafío para las pesquerías es evolucionar a soluciones que superen las limitaciones de las Áreas Naturales Protegidas (ANPs), que son estáticas, caminando hacia soluciones dinámicas y conductuales. Este enfoque se alinea con la tendencia global de la Gestión Oceánica Dinámica (DOM) y el Enfoque Ecosistémico (EBFM). Podríamos también, innovar en el diseño de artes de pesca basado en la cognición, implementando mecanismos de escape selectivos que exploten el comportamiento aprendido del pez longevo (utilizando su memoria de reconocimiento) para proteger a los reproductores más valiosos. Y de la misma manera, podemos ser innovadores en la creación de Zonas de Reserva Conductual Dinámicas (ZRCs), es decir, vedas que se mueven en tiempo real siguiendo las rutas migratorias reproductivas, utilizando la telemetría y datos oceanográficos para seguir la función biológica, en contraste con la estaticidad de las ANPs. Finalmente, la investigación debería concentrarse en el desarrollo de Protocolos de Muestreo Acústico de Baja Interferencia para corregir el sesgo de evasión (Fernandes, 2009).


Con este artículo quisiera complementar y cerrar temporalmente lo que he escrito recientemente relacionado con esta nueva ciencia en Oannes (1. ¿Sobrepesca o Subestimación Metodológica? El valor de la etología y 2. Más allá del stock: Por qué la inteligencia animal y la salud del plancton son la base de la pesca peruana).  Me parece que quien me lee, ya conoce mi absoluta fé en tecnologías como la acuicultura o acuaponía. La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) ha formalizado esta estrategia bajo el concepto de la "Transformación Azul", promoviendo la expansión e intensificación sostenible de la acuicultura (FAO, 2024). Así que la investigación y el desarrollo de tecnologías acuícolas no solo son para la producción de alimentos; su efecto en el ecosistema marino puede ser determinante para reducir el esfuerzo pesquero de una especie, como para salvaguardar una especie de su extinción, o regenerar medio ambientes.


Mi largo y empírico camino de exploración de la conducta animal, me ha enseñado que la inteligencia animal puede ser una base oculta de la sostenibilidad de diversas pesquerías que debemos sumar a una correcta comprensión del principio ecosistémico. Al proteger la resiliencia conductual, podríamos asegurar la supervivencia de especies y la riqueza de nuestros océanos para el futuro. Si la pesca quiere tener futuro, deberá reconocer que en el mar no cosechamos números: cosechamos inteligencias que han evolucionado para sobrevivir.


Referencias:


Alcock, J. (2013). Animal Behavior: An Evolutionary Approach (10th ed.). Sinauer Associates.


Jerison, H. J. (1973). Evolution of the Brain and Intelligence. Academic Press.


Au, W. W. L. (1995). The Sonar of Dolphins. Springer.


Balcombe, J. (2016). What a fish knows: The inner lives of our underwater cousins. Scientific American / Farrar, Straus and Giroux.


Bshary, R., & Brown, C. (2014). Fish cognition. Current Biology, 24(16), R779–R782.


Fernandes, P. G. (2009). Fish avoidance of survey vessels: a review and recommended practice. ICES Journal of Marine Science, 66(10), 2004–2012.


Gosling, L. M., & Sutherland, W. J. (Eds.). (2000). Behavior and Conservation. Cambridge University Press.


Miranda Avalos, F. J. (2025) Artículos editoriales de Oannes. 1. https://www.oannes.org.pe/editorial/sobrepesca-o-subestimacion-metodologica-el-valor-de-la-etologia/ y 2. https://www.oannes.org.pe/editorial/mas-alla-del-stock-por-que-la-inteligencia-animal-y-la-salud-del-plancton-son-la-base-de-la-pesca-peruana/


FAO. (1997). Bioeconomía pesquera: Teoría, modelación y manejo. Documento Técnico de Pesca 368. (Marco del RMS).


FAO. (2024). El estado mundial de la pesca y la acuicultura 2024. La transformación azul en acción. (Estrategia de Acuicultura Sostenible).


ICES (Consejo Internacional para la Exploración del Mar) y NOAA Fisheries (EE. UU.) (Corroboración de la necesidad de corregir el Sesgo por Evasión Conductual y la promoción de la Gestión Oceánica Dinámica - DOM).