
Fuente: El Comercio, Quito
Ecuador - Los galeones tenian su base en las islas Galapagos
lunes 11 de octubre de 2004
María Eugenia Fernández, corresponsal en Londres
En la costa del Pacífico sur, Galápagos se convirtió en el equivalente de Jamaica en el Caribe: era la base de operaciones de la piratería inglesa.
Por eso, la mayoría de los naufragios de galeones españoles en las costas ecuatorianas no fue accidental, sino provocada por los furibundos ataques de los bucaneros.
Esos hechos están recogidos en los archivos históricos de bibliotecas y museos ingleses que este Diario revisó en Londres, Inglaterra.
Según las crónicas de la época, entre lo siglos XVI y XVIII, los atracadores del mar salían de las islas para arrebatar a los españoles su riquezas, extraídas de las colonias. Los piratas ahí se refugiaron, festejaron sus triunfos y también enterraron sus tesoros ...
El archipiélago fue el refugio perfecto de los ingleses, así como las islas de La Plata, frente a Manabí, y del Muerto, cerca a Puná. En Galápagos la abundante cantidad de tortugas garantizaba la dieta diaria de los piratas, a pesar de las pocas fuentes de agua y de una tierra poco fértil. De hecho, fue el pirata Ambrose Crowley el primero en trazar un mapa de navegación de las islas Galápagos (1684). Ahí aparecen con sus nombres en inglés.
Las escogidas como asentamientos favoritos de sus camaradas eran: (Rey) Charles, bautizada por los españoles Santa María y luego Floreana; (Rey) James, San Salvador, ahora Santiago y la actual Santa Cruz. Esto también explica el nombre de Buccanners' Cove, con la que todavía se conoce a uno de los puntos norte de la isla Santiago.
Pero los asaltos armados no solo ocurrían en alta mar. Varios ataques se realizaban en tierra firme. Guayaquil, por ejemplo, sufrió la visita de piratas en varias ocasiones; una de ellas en 1687, cuando los franceses Grogniet, Le Picard, el capitán inglés George Hout y sus 300 hombres sorprendieron a la ciudad, pero solo encontraron 10 000 pesos en oro, perlas y plata.
A la espera del envío de un millón de pesos en oro y 400 sacos de harina desde Quito, los piratas se retiraron a aguardar en la isla Puná para disfrutar con sus bien escogidos rehenes: los mejores músicos y varias mujeres.
"Cuando llegaron (ellas) sentían temor y rechazo. Cuando nos conocieron, si se puede decir, sintieron diferente, dando muestras de pasión cercana a la locura", relató el pirata Raveneau de Lussan, citado por Kris E. Lane, en el libro "Sangre y Plata".
Estos piratas se contaban entre los admiradores de Francis Drake, menos que mediano de cuerpo, pero hermoso, de rostro bermejo y ojos vivaces, quien ejerció la piratería valiéndose del auspicio de la reina Elizabeth, entre
1572 y 1573. Según el estudioso, K.R. Andrew, la Reina aportó con dos de los
25 barcos de la flota de Drake y 1 000 libras.
A cambio de la donación recibió 2 000 libras. Aunque la Corona inglesa se cuidó de dar un apoyo "abierto" a los ataques, la piratería se convirtió en
una estrategia política para controlar la rápida expansión de España.
Las historias de piratas muestran un escenario evidente: por un lado estaban los navegantes con galeones cargados de riqueza del Nuevo Mundo, y, por el otro, los piratas que reclamaban de forma violenta su botín. Sin embargo, olvidados en los libros de aventuras se encontraban los reyes, quienes desde sus tronos apoyaban las batallas.
El impresionante crecimiento del imperio español tras la travesía de Cristóbal Colón no alegró a Inglaterra, Francia y Holanda, que impulsaron a bucaneros y piratas a lanzarse a la mar en busca de fortuna.
En 1585, por ejemplo, tras el arresto y confiscación de barcos ingleses en España , la reina Elizabeth de Inglaterra aprobó la emisión de permisos para aquellos que se sentían perjudicados y querían recobrar sus "pérdidas" en el mar.
Lo que comenzó como un procedimiento estricto se convirtió en una fantasía legal. Cientos de permisos fueron entregados y el ser o no ser pirata dependía de quien lo mire. Se los bautizó en el siglo XVII como 'privateres'
, y a la época 'privateering' (en inglés).
De acuerdo con K.R. Andrew, esta fue "una forma legal de enriquecimiento privado en el mar, con la que individuos que poseían barcos adecuados tenían la oportunidad ofrecida por la guerra de atacar el comercio enemigo".
El apoyo a 'privateres' se traducía en el pago de contribuciones para la Corona. En 1654, cuando Jamaica pasó de manos españolas a inglesas, Londres recibió 50 000 libras esterlinas para cubrir el pago de 10 al 15 por ciento que los piratas hacían a través de la Capitanía Colonial de Puertos , señala Clive Kendall en 'Private men of war'.
Con los años, el impulso a los piratas aumentaba. Según Kendall, a principios del siglo XVIII la comisión entregada por los 'privateres' se redujo del 10 al 5 por ciento.
Aún más: al no alcanzar los resultados deseados, "en 1708 el impuesto fue cancelado y el Gobierno ofreció ayudas a los privateres victoriosos para que impulsaran a otros mercantes a preparar sus barcos y atacar el comercio", señala Kendall. Se estima que en 1780, Inglaterra contaba con unas 700 flotas de barcos.
Evidencias físicas de las andanzas de los piratas quedan muy pocas en Inglaterra. En el Museo Marítimo de Londres, por ejemplo, las actuales exhibiciones no hacen mención alguna a la época.
En Londres, las historias de piratas y bucaneros se rememoran en algunos pubs (tabernas) tradicionales que llevan nombres como: "Capitán Morgan", "El Feliz Roger" (cuyo cráneo aparece en la bandera), "Barba Roja" y hasta sus mascotas "Rata y loro".
El dato
En la naves piratas no resultaba extraño encontrarse con un sargento marino criollo, un contramaestre indio o un grumete negro.
China y los tesoros
22 galeones con 3 400 toneladas de oro y plata que venían del Nuevo Mundo fueron perseguidos por un solo pirata: el almirante Shovel, quien comandaba una flota de holandeses e ingleses.
Del total de tesoros sacados de América, apenas un 15 al 20 por ciento
terminaba en manos del Rey. El resto iba a parar a manos de los comerciantes que en Europa comerciaban, a su vez, con China.
Los buscadores de tesoros de galeones hundidos eran esclavos negros entrenados para convertirse en buceadores profesionales a pulmón libre.
También se reclutaban indígenas pescadores de perlas.
Las operaciones de rescate organizadas por la Corona no solo buscaban recuperar los tesoros hundidos. También intentaban restablecer un orden social alterado por la confusión que suponía determinar quién era el propietario de los objetos salvados.
Personas sin vínculos familiares con los ahogados en los naufragios acudían a la Casa de Contratación para reclamar los salarios adeudados a marineros y grumetes esclavos.
El mar se convirtió en un cementerio de piratas
Solo entre los siglos XVI y XVII centenares de embarcaciones sucumbieron ante la fuerza incontenible de los océanos en la llamada Carrera de Indias.
Decenas de miles de personas perecieron en medio de la bravura de las olas.
La mar, relata Pablo Emilio Pérez Mallaina, catedrático de Historia de América de la Universidad de Sevilla, "era mina donde muchos se hacían ricos, pero también constituía un cementerio donde infinitos yacen enterrados".
Era un negocio "espantoso y desesperado" para quienes no encontraban en la tierra medios de supervivencia. Los problemas de sobrecarga, la falta de tripulantes expertos, los errores de apreciación de los pilotos, el ataque feroz de las fuerzas de la naturaleza y, en opinión de algunos, la voluntad divina convertían a estos marineros, vecinos cercanos de la miseria, en presas fáciles de los percances.
Uno de los ejemplos más reseñados fue el hundimiento del galeón Jesús María, capitán de la Armada del Mar del Sur, escuadra que nació con la intención de proteger los envíos de plata de los ataques.
El buque más poderoso con el que contaba España se perdió en los bajos de Chanduy, en Santa Elena, Ecuador, el 26 de octubre de 1654. El navío viajaba sobrecargado, repleto de pasajeros y con una tripulación de "indios, mulatos y mestizos". Los dos pilotos fueron condenados a muerte.
Además, el contrabando estaba en apogeo. La compra de los cargos y el carácter mercantil de la Armada del Mar del Sur "sumado a unos salarios modestos" permiten explicar por qué sus comandantes no impidieron el contrabando. Tampoco los maestres se mostraron interesados en frenarlo. El contrabando, precisamente, impide conocer de manera exacta la cantidad de oro y plata que encalló en el Viejo Continente, apostilla Pérez Mallaina.
Patricia Villarruel, corresponsal en Madrid
La cifra
Cerca de 60 millones de dólares en oro salieron del continente en naves. La fortuna pertenecía a Ecuador, Chile, Perú y Bolivia.