Fuente: El Tiempo, Piura
Peru - Joven mutilado sobrevivia en alta mar con instrucciones medicas dictadas por radio
lunes 12 de diciembre de 2005
Las 24 horas perdidas de un pescador que no quería morir
Después de horas de escalofrío y taquicardia, derrotados por el mar y sus distancias, que les negó el derecho de evitar la tragedia, familiares del joven pescador Joel Ruiz Lecarnaqué, muerto en una lancha cuyas hélices le cortaron una pierna, se empeñan en algo: el joven de 22 años pudo ser rescatado y salvado, si encontraban ayuda aérea.
Un retazo de mar, innombrable. Brillante, salado, ondulante. Casi inclasificable en la inmensidad verde azul del Pacífico, frente al puerto peruano de Paita. Imposible señalizarlo con una cruz, como en accidente de carretera. Aun si fuera ubicado con referencias de altitud y latitud, Rufino, sentiría que el mar se burla de los nudos, grados y de todo humado intento de ubicar ese lunar acuoso, ese trozo perdido en su lecho cambiante.
Tarea ociosa encontrarle un nombre al lugar donde su sobrino perdió la vida, después de perder media pierna, admite Rufino Ruiz Silva, enemigo del infortunio, qué te puedo decir, fue en el mar, a 206 millas de Paita, dice.
Pararse en el muelle paiteño a mirar la inmensidad, tal vez ayude, mejor que un nombre sin carga semántica, a imaginar mejor la noche trágica de la San Martín 5. Viajar por caminos imaginarios, ubicar entre el agua y el cielo la lancha de capturar perico, bajar de la proa a la sala de máquinas, corregir descuidos, alejar la desgracia. Pero la imaginación no salva vidas. Al final de esta historia, en ese punto insignificante del agua salada, Joel Ruiz Lecarnaqué, el sobrino de 22 años, el “Chato” alegre, muere sin sangre.
Nadie lo salva.
MUELLE DEL PUERTO, VIERNES 12:00 M
Desde el mediodía del 10 de diciembre en adelante, cada vez que Milton Ruiz (hermano mayor) baja al puerto no deja de recordar las palabras de un pescador. No de cualquier hombre de mar. Rescata esa voz persistente de un pescador amigo. Ese que había de romper la rutina de su viernes, frenándolo en seco: “algo ha pasado en la San Martín 5. Un pescador está grave. Están buscando a los familiares”.
Milton, ese mototaxista que había bajado llevando un pasajero, ya iba a girar su acelerador, ya iba a contestar y qué hay con eso, cuando el mundo se le volvió helado. Fue por algo que el hombre de mar acababa de anunciarle con tono de duda. Una frase pronunciada con ese típico ritmo lento con que suelen ser comunicadas las tragedias: “dicen que el herido de la pierna cortada puede ser tu hermano. Parece que es el “Chato”. Lo que no dijo con palabras, ese pescador lo terminó expresando con extraños ojos de susto.
Ahora Milton sí que aceleró. Pero la revolución mayor no ocurrió en el motor de su mototaxi bulliciosa, sino en el barrio Los Pinos C,2, de la ciudad portuaria, cuando anunció a sus hermanos que el Chato se está muriendo, están diciendo en el muelle.
CERCADO DE PAITA, OFICINA DEL DUEÑO DE LA LANCHA
- Acá Chispa (patrón de la lancha)... acá Chispa.
Nunca antes, Rosa Elena (hermana mayor), le había temido tanto a los aparatos de radio como en esos primeros momentos de la tarde del viernes. Al menos la alentaban las palabras del propietario de la nave. Junto a sus equipos de radio, don David San Martín Arcadio, dueño de la San Martín 5, le anunció que hasta el alquiler de un helicóptero podría pagar, con tal de salvar al Chato, que se desangraba desde la noche anterior en que una hélice lo dejó sin locomoción, a las 11:00 a.m.
El empresario –dijo- ya probó con la Capitanía, llamó y le dijeron no tienen helicóptero. Lo enviaron a la FAP. A ver si Rosa con su familia conseguía ayuda aérea, la animó. Y que el precio no importaba, prometió ese hombre que regaló su apellido a sus lanchas. Sólo había que apurarse. Pero de estar vivo, estaba.
- Acá Chispas, ssss.... esperando ayuda. Estamos manteniendo consciente a Joel.
La voz distorsionada del patrón en alta mar asustaba, pero trajo esperanza.
Mena, el único pariente que el Chato tenía entre los ocho tripulantes, estuvo pendiente de él todo el tiempo. Evitar que se desmaye era indispensable, les había instruido un médico de Búsqueda y Salvamento de la Marina de El Callo (a donde también había llamado San Martín). Cada cierto tiempo le aflojaban el torniquete en la zona de la amputación. Para que se oxigene la sangre y no sufra embolia. Para que no “se duerma”.
En su navegación de regreso, de emergencia, la San Martín que partió tres días antes del accidente, no podía lograr mayor velocidad que la de tres nudos. La Patrullera Río Napo, que lo hacía a 15, iba a darles alcance, pero ya lo sospechaban, no iba a llegar a tiempo.




