
Fuente: El Peruano, Lima
Perú - Luis Banchero Rossi: Talento y audacia
lunes 13 de abril de 2015
LUIS BANCHERO ROSSI Talento y audacia
Domingo Tamariz Lúcar PERIODISTA
FUE UNA SUERTE DE REY MIDAS MODERNO: todo proyecto que impulsó lo convirtió en una empresa dorada. Y en esa suerte, se convirtió en el motor de una industria que llevó al Perú a constituirse, a fines de la década de 1950, en el primer productor de harina de pescado del mundo.
Luis Banchero Rossi nació en Tacna el 11 de octubre de 1929. Hijo de Luis Banchero y Florentina Rossi, vivió en la Ciudad Heroica hasta 1946, cuando concluyó sus estudios de secundaria. En esa coyuntura, su padre lo envió a Trujillo —donde residía un tío suyo— para que estudiara química industrial. Fue allí donde, siendo todavía estudiante, redondeó su primer negocio: le vendió un carro nada menos que a uno de sus profesores, ganando una jugosa comisión.
Al poco tiempo, entró a trabajar en la firma Mannucci vendiendo aceites Landall y, gracias a su excepcional habilidad para colocar el producto, pronto pasó a ser socio de la afamada empresa trujillana. Al morir el propietario, Banchero le propuso a la viuda cambiar sus acciones por una fábrica de pescado que la familia poseía en Chimbote. Dueño ya de la fábrica, la reorientó hacia la producción de harina de pescado para la exportación. Fue así como emprendió una aventura que tiene visos de leyenda en la industria que, por entonces, se hallaba en pañales.
Se cuenta que una vez, luego de colocar una carga de lubricantes en la envasadora Coishco de Chimbote, Banchero se interesó por este negocio y pronunció la frase que delinearía su vida empresarial por el resto de sus días: “Me gusta el mar. No hay que arar ni sembrar en él.” Promediaba la década de 1950 y Banchero contaba apenas con 25 años.
En 1958 su nombre ya era hartamente conocido en los medios financieros del país. Acaso sin soñarlo, forjó un imperio en el cual movilizó un ejército de hombres —entre asesores, abogados, agentes vendedores, empleados, obreros— en una multiplicidad de empresas que regentaban diez complejos pesqueros, un sinnúmero de embarcaciones y dos grandes astilleros. Se constituyó así en el magnate de un país donde tradicionalmente “gobernaron” 40 familias. Pero Banchero, a diferencia de sus mentores, fue un empresario con una mentalidad y un carácter más a tono con los nuevos tiempos.
Corrían los años del boom de la pesca, tiempos en los que en Chimbote se derrochaba el dinero a manos llenas en una suerte de dolce vita que incluía bataclanas y harto whisky. Se dice, incluso, que se llegó a prender un cigarrillo con un billete de cien soles.
Hombre carismático, alto, corpulento, de pelo revuelto, amante de los fetuccinis, no había cumplido aún los 35 años de edad cuando emprendió una nueva aventura. En 1963, seguramente en busca de apuntalar su poder, creó la Cadena Nacional Periodística Correo, que llegó a editar hasta siete publicaciones diarias.
Fue a estas alturas de la vida que conocí a LBR. Ocurrió en la redacción de revista Íntima, que yo dirigía y que él, a fines de 1964, adquirió de manos de otro magnate de la pesca acaso “en ruina”. Tuve así la oportunidad de tratarlo tres o cuatro veces a lo sumo, durante el año que trabajé en su empresa Editoriales Unidas. En esos encuentros, créanme, Banchero me dejó la mejor impresión. Lucho —así le gustaba que lo llamaran— era un tipo de lo más sencillo y francote, que iba al grano en toda conversación. En su rostro siempre se dibujaba una sonrisa que, unida a su dejo de bachiche, le daban un carisma muy especial.
Con el paso de los años, diversificó sus actividades. Incursionó, así, en la minería, la aviación, el fútbol (con el club de “los caras sucias”, el Atlético Defensor Lima) y los medios de comunicación. En ese andar, en 1968 fue nombrado presidente de la Sociedad Nacional de Pesquería. Desde ese cargo promovió la investigación científico-oceanográfica y donó equipos para incentivar el consumo de pescado en la población. Además, fue director del Banco de Crédito del Perú.
Sus múltiples negocios, su juventud, su carisma y sus amoríos lo convirtieron por esos años en uno de los personajes más renombrados de la ciudad. Por entonces diría: “En realidad no me preocupa hacer dinero, lo que no quiero es perder mi capacidad de construir. Eso es lo que me gusta: construir”. Lamentablemente, su meteórica carrera quedó truncada de la forma más inconcebible la mañana del 1 de enero de 1972. Era sábado y no hacía mucho que había cumplido 42. Sobre su muerte se tejieron las más inverosímiles y descabelladas versiones. Lo único cierto es que hasta hoy flota en el misterio.
Publicado: 12/04/2015