Fuente: El Mundo, Madrid

España - Valeria Piaggio: la reina italiana de los 50 millones de latas de anchoas

martes 13 de mayo de 2025

España - Valeria Piaggio: la reina italiana de los 50 millones de latas de anchoas

10.05.2025
El Mundo, Madrid
https://www.elmundo.es/loc/famosos/2025/05/10/681ca017e4d4d824798b45ab.html

Valeria Piaggio es la tercera generación al frente de Grupo Consorcio. La italiana prefiere no ahondar en su vida pero sí permite la entrada en su mina de oro, en Santoña. Los trabajadores demuestran que sus manos nunca podrán sustituirse por máquinas.

Valeria Piaggio no quiere hablar de nada que pueda rozar su vida privada. Es de una de las grandes dinastías de la nobleza industrial italiana. El bisabuelo de Valeria, Rinaldo Piaggio, patentó la Vespa. Su abuelo materno, Giacomo Croce, creó Grupo Consorcio en 1950. "Vio una gran oportunidad en la venta de atún de calidad. En Santoña se elaboraban ya las anchoas según la tradición de los salatori italianos que se habían establecido años antes. Es en este mar Cantábrico donde se encuentran las mejores anchoas, una gran tradición que aún pervive". Valeria atiende a este suplemento por correo electrónico desde Italia.

En Santoña (Cantabria) no se entiende la vida sin las conserveras. Todo el municipio gira en torno a ellas. Huele a salazón. Es un olor intenso; entre humedad, salobre y algo en mal estado, como si eso fuera posible. Una de las conserveras más importantes es la empresa que heredó Valeria como tercera generación. Le enseñó todo su madre, Cristina Croce Marabotti. Las historias de empresas familiares a veces parecen malditas por las herencias y la sucesión. En Grupo Consorcio siempre ha remado todo a favor. Valeria fue la descendiente de Cristina Croce y Cristina también la de Giacomo. "Es curioso porque mi abuelo también era hijo único", dijo Piaggio a Expansión hace un año. Ella rompió esa especie de rito. Tiene dos hijos que se llevan un año. Desde dentro de Grupo Consorcio no se escucha mucho su nombre, pero cuando se escucha es en positivo. Dicen que nadie de la familia se ha volcado como ella, aunque no está cada día porque vive entre Italia y España. Tiene una producción de 50 millones de latas y tarros que salen de Pisco (Perú) y Santoña.

Entrar en la fábrica de Valeria Piaggio es colarse en una lata de bocarte, pero pasados unos minutos el olor pasa a un segundo plano. Para pasear por la fábrica hay que vestirse con un mono, un gorro de polipropileno, una mascarilla y calzas del mismo material para cubrir los pies. Están prohibidos los anillos, los pendientes, las pulseras, los colgantes y cualquier cosa que pueda caerse sobre la lata de bocarte. Es el bien más preciado. La Sábana Santa. Hay más de 1.000 manos que se encargan de conseguir la mejor anchoa o el mejor bonito. Con el punto de sal perfecto.

Entre esas manos, destacan las de mujeres como Mar y Ana, que llevan 36 años sobando anchoas. Tienen un nombre específico, "sobadoras". Les quitan la piel, la cola, la tripa y la espina con una red de pesca y unos guantes puestos. Lo hacen con mimo, aunque cada día limpien más de 100. No es un arte, o ellas no lo sienten así. "Es duro. La jornada laboral empieza a las 6. Nosotras somos de Colindres, nos recoge un autobús de la empresa y nos trae aquí [a Santoña]", arranca Mar. Se levantan a las 4 de la mañana. "Es muy repetitivo", se lamentan.

Dicen que su historia es la de la mayoría de mujeres que trabajan en las conserveras. "En la época no pensábamos en estudiar. Te metías a trabajar aquí, ganabas tu dinerito... Me gustaba". Una de ellas ha crecido con Grupo Consorcio. Tiene 62 años y lleva más de media vida en la conservera, la otra tiene 60. "Es un trabajo que no puede hacer ninguna máquina. Tienes que tener buen gusto: para colocar la anchoa, que esté derechita", explica una de ellas acariciando la anchoa. Y, sin embargo, huye de la romantización de su oficio. "No querría ver a mis hijas aquí, pero no por nada, sino porque quiero que estudien, que tengan una carrera". A las 10:30 Mar y Ana tienen sus 15 minutos de descanso, suelen tomarse un café. Incluso en el comedor huele a anchoa. A ellas no les gustan, las han aborrecido. "Ni rebozadas las quiero. Pero a mi familia le encantan", confiesa Ana.

En todas las plantas hay manos femeninas manipulando la anchoa. Algunas llevan desde los 14 años descabezando anchoas. La imagen de la izquierda persiste aún hoy. Mantienen conversaciones mundanas o profundas, depende del día. "Pasamos tanto tiempo juntas y con tanto tiempo para hablar que en agosto ya tenemos pensado el menú de Navidad", explica a este suplemento una de ellas. "Es distraído, hablamos mucho". A pesar de que la temperatura no sea la de una mesa de bar. "Hace mucho frío siempre aquí, pero también te acostumbras". La presidenta de Grupo Consorcio, Valeria Piaggio, hace en su correo una fotografía de estas mujeres. "Han aprendido a elaborar anchoas de sus madres y abuelas. Su conocimiento y trabajo son imprescindibles para nosotros", escribe.

A unos metros de la fábrica llega la materia prima de las sobadoras. La lonja de Santoña tiene menos olor a mar. A las 10:40 de la mañana echan el ancla los barcos de pesca. Hay muchísimos. Aldo Brambilla, el responsable de compra de anchoa en Grupo Consorcio, los tiene a todos controlados. "Tengo chivatos y grupos de WhatsApp". Le cuesta desconectar cuando intuye que se acerca el pescado ideal: "He dormido poco esta noche, estaba pendiente del móvil, de los barcos. Hay noches así", se resigna.

Se justifica con que ya siente la empresa suya. Es una frase que repiten casi todos los trabajadores. Da la sensación de que se vieron en la conservera un día y no han salido nunca de ahí. Fernando Prada, bautizado por Grupo Consorcio como maestro salazononero encarna la revelación: "Entré aquí cuando era joven porque quería sacarme un dinero y comprarme una tabla de surf. Al olor te acostumbras". Se obsesionó con encontrar el punto perfecto de sal.